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5 de enero de 2013

Mi máquina de pensar


Odio pensar tanto. Odio que mi cabeza sea capaz de analizar tantos factores, tantas consecuencias a partir de un acto mínimo o de un mensaje tal vez erróneo captado por mis tarados receptores. Odio ser incapaz de evitar seguir la trayectoria del efecto dominó que aparece ante mis ojos como en un holograma que recorre la cadena de sucesos y se ramifica hasta volverse infinito. Odio la exageración, la preocupación, la minuciosidad de la máquina de pensar de mi cabeza. Odio que no pare. Que piense y luego repiense y luego encuentre otro algo sobre lo que pensar y repensar. Odio las soluciones que no hacen felices a todas las partes. Pero ésas son las más comunes soluciones.
Odio pensar tanto y sé que si me ofrecieran una máquina de pensar más rezagada, no la querría. Es como lo que me pasa con mi nariz. No me gusta mi nariz pero no la cambiaría por ninguna otra nariz. Es mi nariz. Me he acostumbrado a ella. Y me he acostumbrado a mi máquina de pensar. No sería yo si no fuera echando humo por las orejas. Sería una persona más sana, más tranquila y más zen... No sería yo.