18 de mayo de 2011

La gran I. - Uno


No sé nada. No tengo ni puta idea de nada. De nada de nada. Y no tengo claro si me apetece saber algo. Pero sé que objetivamente no saber nada-de-nada sería no preguntarme nada. Y yo estoy aquí con tres líneas de divagación. Definitivamente sé algo. Sí. Sé una cosa. Si estuviera privada de la facultad de la imaginación, sería irrefutablemente miserable. Cómo vivir sin imaginar. Sin exudar fantasía. Sin digerir utopías. Cómo vivir sin alucinar.
Yo he hablado con Ray Loriga y con Bukowski y con Idea Vilariño. He dado largos paseos con un joven Woody Allen que ya parecía viejo. He visto como el agente Cooper y Audrey Horne tenían un affaire, y cómo Hiro Nakamura salvaba, esta vez, a una bibliotecaria de Oregón. He estado en conciertos de Janis Joplin. Joder, estuve en Woodstock con esos cuatrocientos mil hippies. Y no he tenido miedo. Y he hecho todo lo que no he hecho por miedo. Y he tenido alas. Y he volado. Y he tocado el piano. Y el arpa. Y he sido infinita. Y he escupido a la cara a quien lo merecía. Y he escuchado consejos de gente que no existía.
Lo que quiero decir es que no sé qué haría sin la imaginación. Y no hablo de ambiciones laborales… Hablo de lo más esencial. Hablo del juego diario que supone, del bálsamo y el desafío que constituye al mismo tiempo...
No sé nada. Pero al menos puedo inventarlo.