12 de febrero de 2009

La grandeza de las palabras

“No puedo mentirte y no quiero decirte la verdad” le dice Natalie Portman a Jude Law en sus respectivos papeles en los minutos finales de Closer… La primera vez que vi la película no percibí la grandeza de la frase. A veces uno tarda en darse cuenta de la grandeza de las palabras.

Cuando iba al colegio tenía un profesor excéntrico, en realidad tuve muchos así, pero este en concreto lo era por encima de las rarezas de los demás. Un día, vete a saber en la hora de qué asignatura, trajo una piedra y nos dijo que nos la pusiéramos en el zapato, no a todos, pero si mi memoria no me engaña, yo fui una de las que participó en el paripé. Me hizo caminar del fondo a la pizarra y después sentenció: “Hay que quitarse las piedras del zapato”. Entonces tampoco entendí la grandeza de aquella lección.

Creo que éste es un buen momento para decir que me he quitado una piedra del zapato, no es bueno andar por la vida con piedras en el zapato, no favorece los paseos agradables, porque incluso en un paseo agradable en un día soleado es altamente probable que te topes con una piedra en el camino y es una insensatez salir de casa con una ya encima.

No hay duda de que no soy la peor parada en esta cinta tan barata como alternativa. Yo también he pasado por aquello de mirar si me han tachado ya de la lista de contactos cuando parece cuestión de tiempo, y ver que aún no y pensar que igual es mejor acabar cuanto antes porque a veces se antoja peor la espera que la acción en sí. Yo también he pagado con mal humor las ganas de ver a alguien y tener que estar con otro. Yo también sé qué es que poco a poco vuestros espacios se vayan convirtiendo en vuestro paraíso, un paraíso nunca libre de un fruto prohibido. Aunque en este caso se parezca más a una mora que a una manzana. Yo también lo sé, el peor parado siempre es el otro, el ajeno a la historia, el que tristemente se cruza en el camino.

De las lecciones aprendidas (que aún repaso una a una cada día) he obtenido fuerzas para afirmar que ni voy a mentirte ni voy a decirte la verdad, sólo me he quitado la piedra del zapato y así, después de regodearme en mi tragedia (cómo le gusta al ser humano hundirse un poco más cuando cree que está hundido) como si viera en pantalla grande un bucle perverso de lo que dolió, tras la catarsis que apuntaban los griegos, me he purificado. Y ahora, como un pájaro que tras un perdigón (de la escopeta de un cazador torpe) en el ala tuvo que reposar, vuelvo a volar.

Y si antes del tiro era libre y sabia, ahora lo soy más.