14 de febrero de 2009

Días de lluvia y viento

El ruido de los tacones de la vecina del piso de arriba, con la que nunca se había topado en las escaleras, fue lo primero que oyó Zoe al despertarse. Por si no bastara el zapateo que oía en su cabeza por la merecida resaca, además tenía que soportar aquel zapateo ajeno.

Hasta que no puso los pies en el suelo no lo supo. Zoe tenía una extraña intuición para las cosas, le venían a la mente no sabría explicar cómo, pero le venían y, creedlo, cuando presentía que algo importante iba a pasar, algo importante pasaba. No contaba a casi nadie el asunto de sus intuiciones porque sabía que era harto difícil de creer y que posiblemente la tacharían de perturbada. Y con esto no quiero decir que no estuviera exenta de alguna perturbación.

Sólo sabía que sería un día en el que tendría que tomar una gran decisión, una de esas que cambia el rumbo de la rutina de una forma drástica. A Zoe le encantaba esa palabra, drástica, y todo lo que consigo traía. Le encantaba pero al mismo tiempo le aterraba, pero de una forma emocionante, excitante, arriesgada.

Zoe sólo sabía que iba a pasar algo pero no podía sentarse a esperar, no era su estilo esperar, de hecho nunca la vi hacer ninguna cola, ella prefería volver cuando no hubiera que hacer cola. Necesitaba estar ocupada hasta que pasara lo que tuviera que pasar, así que ordenó y desempolvó todos sus libros, de Kafka, Neruda, Woolf, Allen, algunas biografías que aún no había leído, y su estantería predilecta de Ray. Después limpió los cristales del salón, se dio cuenta de que nunca los había limpiado desde que llegó a esa casa. Incluso limpió la barandilla del balcón, aunque sabía que era una estupidez en días de lluvia y viento.

Se mantuvo ocupada todo el día, hasta que pasó lo que tenía que pasar, que cambió el rumbo de su rutina. Y os puedo decir que nunca más tuvo que limpiar los cristales del salón de esa casa.