26 de abril de 2009

Cuando ya ha parado

Martina es mayor. Siente que es mayor. Siempre ha querido tener un gato y llamarlo perro, o un perro y llamarlo gato. No importa mucho qué animal sea. No le apasionan los animales. La han amado, más hombres, animales, de los que cree. Pero siempre los espanta por eso, porque no los cree.

Martina nunca sabe que día es. Escribe en casa y no ve la televisión. A veces sale a la calle a por huevos y es domingo. Y no puede hacerse una tortilla. Un día encontró una carta de amor en un libro, una carta sin firmar, y no supo de quién habría sido.

Martina escribe. Tiene escritos buenos y malos. Ninguno regular. Nunca se han pegado por ella, pero un par de veces se empujaron por ella. O eso le gusta pensar.

Martina no es fea. Hace las maletas pero se ha despedido de alguien que está ahí donde va, no ahí de donde huye. Es tan triste… Le ha dicho que puede que algún día vuelvan a empezar, pero es difícil tener esperanzas cuando el tiempo y la distancia, y la gente que se encuentren en ese tiempo y esa distancia, no harán más que alejarles.

Martina ya no quiere querer ni que la quieran ni contonearse ni hacer ningún gesto de seducción. Martina ha perdido la esperanza, curiosamente cuando paró de llover, un 26 de abril, Santa Esperanza.

A Martina le gusta cómo huele justo después de llover. Cuando ya ha parado.