12 de julio de 2009

No me mires así


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Le dije que no me mirara así.
- No me mires así.
Pero seguía haciéndolo, con la soberbia y la altanería que la caracterizaban y que tanto me enervaban. Y yo seguía viendo en su rostro algo que el mío ya había perdido. A veces apagaba la luz para no verla pero el acoso de mis pensamientos en la oscuridad, que me retaban, siempre lograba que acabara encendiéndola para demostrarle que no era cobarde, que siempre iba a plantarle cara a ella y a quien fuera.
Casi cada noche me servía una copa de vino. A veces para celebrar, a veces para lamentar. El vino combina con todo. Pero yo seguía sin combinar con nada. ¿Cuántas veces me habían probado como quien se prueba un vestido? Todas esas veces, no pocas, me habían descartado. Me sentía gastada de tanto que me habían probado, pero nadie me compraba, no. Nadie nunca me quitaba la etiqueta. Ella tenía cara de pocos amigos, yo tenía pocos amigos.
Le dije que me dejara sola.
- Déjame sola.
Pero no se fue. Debo reconocer que es un alivio saber que siempre está ahí, aunque no la necesite, aunque no la quiera. Anoche me llené más de una copa. En la primera acepté buscar trabajo de camarera, en la última podía verme con claridad siendo una afamada actriz.
Me he levantado con una inevitable resaca. No sé si de vino o de sueños. Hoy ella tenía la cara macilenta y a mí se me caía de vergüenza, no sé si por haberme creído mis sueños o por haberlos dejado de creer.
- ¡Ya basta!
He dicho. Y ella me ha mirado con convicción, ofreciéndome un cambio. Ella moverá los hilos, yo sólo tendré que reflejarme en los cristales de los escaparates de las tiendas y procurar emular sus gestos.
- Yo daré la cara por ti.
Ella dará la cara por mí.

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imagen de Ligeia