16 de febrero de 2014

Francamente

Cuando era pequeña, los que querían ser mis amigos me llamaban especial; los que no, me llamaban rara. A mí nunca me ofendió que me llamaran rara. 

No ser guapa y no ser fea, no ser lista y no ser tonta, creo que es lo mejor que me pudo pasar. Ser muy guapa, muy fea, extremadamente tonta o extremadamente lista, acarrea enormes responsabilidades. Y siempre me ha gustado andar ligera. 

Congelar cosas en las que no quería pensar. Congelarlas literalmente en bolsas de ésas con cierre fácil. Entre las croquetas y el hielo. Celebrar cosas que nadie celebra. Celebrar el último día con 17 en lugar del primer día con 18. Ponerle nombre a los aparatos. Llamar a la tostadora la novia de Chucky. Quedarme pasmada ante la luna. Y muchas cosas más, imagino, tienen la culpa. 

Cuando era pequeña, los que querían ser mis amigos me llamaban especial; los que no, me llamaban rara. Hoy lo siguen haciendo. Además, los que no lo tienen claro, me dicen diferente. A mí, francamente, me da igual.