29 de octubre de 2013

De humor para el humor 6: Los nombres de las cosas

   Hubo un tiempo en que los humanos se comunicaban con gruñidos, onomatopeyas y haciendo aspavientos. Un día empezaron a poner nombre a las cosas. Al principio había poco que decir, poco a lo que referirse. Fuego, cazar, bisonte, piedra, caverna, montaña... Pero ése sólo fue el comienzo. A medida que se han descubierto o inventado cosas, se les ha puesto un nombre. Imaginemos la figura del PONEDOR DE NOMBRES al que acudirían los inventores y los descubridores. Él estaría siempre sentado en un escritorio de madera maciza, rascándose la poblada barba y atendiendo a las visitas:
- Alguien: Eh, he visto un animal que hace miau.
(breve pausa)
- Ponedor de nombres: Lo llamaremos GATO.

   Ahora todo tiene nombre y si se pone uno nuevo simplemente se juntan conceptos, como parachoques, rompecabezas, abrelatas, salvapantallas, camafeo... Por cierto, que alguien me explique qué relación tienen una cama y un tipo feo, con una piedra tallada. A veces se reasigna una palabra que ya estaba pillada. A esto lo llaman polisemia, pero yo lo llamo falta de creatividad. Como cuando inventaron una herramienta hidráulica para levantar peso y el ponedor de nombres dijo de nuevo Lo llamaremos GATO. ¿Acaso la herramienta hidráulica hace miau?

   Hay palabras que dejan de usarse. Ya nadie dice galimatías, fiambrera, melindre, botarate, bicoca, picaflor, cáspita, cachivache, bisoñé. Y hay palabras que parecen querer decir justo lo contrario de lo que significan, como pelón, que en todas partes significa 'que no tiene pelo' menos en Ecuador. Sólo allí son coherentes.

   Pero al final, teniendo un nombre para cada cosa, ya sea repetido, compuesto u original, hay muchas situaciones en que olvidamos las palabras o la pereza o el enfado nos llevan a comportarnos como aquellos primeros hombres, señalando, gruñendo, diciendo:
- ¿Me pasas esto que hace quiticri?
- Jum. Seh.